lunes, 11 de octubre de 2010

2:43 am

Aquella misma noche el cielo rompió a llorar, las gotas caían sobre mi cabeza  escurriéndose bajo mi pelo, dibujando en mi cara carámbanos de agua fría.
Reinaba un silencio sepulcral, tan solo roto por la lluvia formando pequeños charcos en el suelo y mis pies andando sobre ellos. En el aire pululaba un aroma muy familiar, a tierra y hierva mojada. Una suave brisa acaricia mi nuca produciéndome un leve escalofrío. Aun par de metros se alza un pequeño terraplén, me paso la mano por la frente e intento despejar este velo rojo que niebla mi vista, pero resulta inútil, al cavo de unos segundos la sangre vuelve a nublar mis ojos. Hinco sobre el terraplén mi rodilla derecha e intento subir, los dedos de mis manos se hunden en la tierra mojada, consiguiendo tan solo unos surcos sobre ella. Las fuerzas empiezan a fallar, pero no puedo parar… no ahora, sabiendo que la carretera esta ahí, encima de mi cabeza  a tan solo un par de metros, sabiendo que ella todavía esta viva, agonizando dentro de ese amasijo de hierros. Acelero la respiración  a grandes bocanadas de aire e incorporo un poco mi cuerpo, intento subir pero las fuerzas me vuelven a fallar. Me deslizo entre la tierra mojada cayendo boca arriba, giro la cabeza y miro el coche destrozado, aun puedo llegar a distinguir sus ojos entre la suave niebla. Siento frío por primera vez, no puedo moverme, y ya casi apenas puedo respirar….

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